lunes, 13 de diciembre de 2010

DOPAJE Y SOCIEDAD (LEERLO!)

El deporte es la forma en que la modernidad manifiesta su nostalgia del héroe. De un modo metafórico y virtual, el deporte revive aquel mundo épico donde estaban claros los límites del territorio y los miembros de la tribu, de cuyos valores comunitarios el héroe era el representante más íntegro y armonioso.

Por su parte, el deportista no es sólo una masa de músculos en lucha contra otros atletas o contra la gravedad de la tierra. También, como todos los hombres, es un concentrado de angustias y pasiones que, al mismo tiempo que necesita la adoración ajena, cada día es más consciente de la responsabilidad que la sociedad carga sobre sus hombros. Al competir sabe que de él depende algo más que un simple resultado deportivo: según su actuación, entrarán en juego la alegría o la tristeza, la decepción o el orgullo, el entusiasmo o la frustración de la comunidad a la que representa.

Si a esa presión social se le añade un obsesivo afán de triunfo, ¡qué fácil resulta dejarse seducir por la tentación!, ¡qué fácil dejarse arrastrar por los cantos de sirena cuando se cree tener asegurada la impunidad y expedito el camino de regreso! Sobre todo cuando aparece cerca alguien con un maletín lleno de pociones mágicas.

Pero al juzgarlos no puede obviarse que también influye en su decisión la presión colectiva que destila la melodía de la tentación en los oídos del deportista predispuesto. También influyen las exigencias de una sociedad que, acostumbrada a consumir espectáculo deportivo, exige del atleta siempre un poco más, como el adicto que necesita incrementar la dosis para alcanzar el mismo grado de placer. Mientras él agoniza sobre el tartán, el césped o la carretera, no puede dejar de escuchar los gritos retumbantes de la multitud: ¡Corre más rápido! ¡Golpea más fuerte! ¡Salta más alto!

En el deporte, la limpieza y la belleza surgen cuando cada uno respeta sus límites y acepta el lugar en que sus condiciones innatas, su capacidad de esfuerzo y sacrificio y el azar lo han colocado. Por eso sólo hay una cosa más ejemplarizante y admirable que un estadio puesto en pie aclamando al deportista o al equipo vencedor: un estadio puesto en pie aclamando al deportista derrotado. Esos gritos de reconocimiento hacia el esfuerzo y el juego limpio, al margen del resultado, serían una formidable agencia antidopaje.

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